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A la Mitad del Foro

El sueño de la sinrazón: el poder a la deriva

S

e les vino encima el centenario de la Revolución Mexicana. Los medios masivos destacaron que Felipe Calderón convocó a una revolución pacífica. Y las ceremonias anticipadas se ensombrecieron con la memoria de Oliveira Salazar. Fascismo de traje negro y corbata; oscurantismo religioso y mano dura de una dictadura que sobrevivió a la muerte del sátrapa que, como Franco, murió en su cama.

Hubo acto de premiación a historiadores y antropólogos, investigadores de las revoluciones de México. Acto justiciero que paradójicamente enlazó las visiones contradictorias de Vicente Fox y Felipe Calderón. El tonto del Bajío decretó que el 20 de noviembre no fuera día de fiesta nacional, porque era hora de desechar antiguos ritos. El michoacano festejó con timidez el aniversario, primero en el Monumento a la Revolución, luego en el Campo Marte y, por fin, volviendo al festejo instaurado cuando la revolución degeneró en gobierno, según la frase lapidaria de radicales que no habían olido la pólvora ni en los festejos populares del 16 de septiembre. Del 21, dirían los que solían ir a la Columna de la Independencia a gritar: ¡Viva Iturbide!

Los que hoy, en plena guerra contra el crimen organizado, convocan a una revolución pacífica. Y paradójicamente vuelven a desfilar en el Zócalo, en el Paseo de la Reforma, soldados de caballería, con charros al final, para no romper del todo la tradición. Y como homenaje a las amazonas de la reina Calafia, los soldados de levita fueron ayer mujeres uniformadas y bien montadas. Los cascos de la caballería no resonaron el 20 de noviembre, sino ayer sábado 21 del mismo mes. Carmen Serdán murió la víspera, con una arma en la mano y firme la convicción revolucionaria. No se puede ser revolucionario a medias. Aunque sea para abatir privilegios sin movimientos armados, conforme la frase para el mármol pronunciada por el secretario de Gobernación, donde cambiaron el nombre del Instituto de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana por el de ... las Revoluciones en México.

Labor de zapa con falso pudor pluralista. Por lo pronto, quedó atrás la estulticia foxiana que pretendió borrar 70 años de la historia de México y decretar que nada había pasado en todo el siglo XX. Después de ese oscurantismo, las indecisiones del sexenio calderonista parecieran dejar atrás el siglo XVI y asomarse al de las Luces. Asomarse, digo, porque junto al reconocimiento de la terca realidad, en pleno revisionismo histórico, el gobierno del partido creado para combatir las políticas sociales, obreras y agraristas de Lázaro Cárdenas, liquida Luz y Fuerza del Centro y de un solo golpe deja a 40 mil mexicanos en el desempleo. En el vacío de poder, en la evanescente teocracia de yunque y manu militari, imperan la contradicción y el aventurerismo.

El SME vuelve a ser combativo. John Womack, premiado por la jefatura de Gobierno del Distrito Federal, cede al sindicato el galardón recibido y señala, en texto leído por la investigadora de El Colegio de México Alicia Hernández Chávez, que el SME es la organización más importante, más valiente que se formó en esta ciudad durante las guerras revolucionarias del siglo pasado. Marcelo Ebrard lleva agua a su molino. No se le puede reprochar la búsqueda de apoyo en el pasado para la cimentación del futuro, hecha con el nombramiento de Manuel Camacho como refundador de las izquierdas en busca de objetivos y guía que las liberen del caudillismo que les permitió ser y permanecer bajo la fuerza centrípeta del cardenismo y se convirtió en vorágine disolvente tras la fuga del voto útil y la desmesura tropical del movimiento lopezobradorista.

En Los Pinos premiaron a historiadores, entre ellos a Friederich Katz, quien asegura que de las revoluciones del siglo XX, la mexicana es la única que llegó al fin de siglo como referente de identidad en el imaginativo popular: La Revolución todavía tiene mucha vigencia en México y por eso el gobierno, lo quiera o no, debe respetar esa vigencia en la mente popular, dijo Katz a La Jornada. Confusión de sentimientos en los vuelcos inexplicables que llevaron a Felipe Calderón a confrontar a los dueños del dinero y llamar a un cambio profundo y sustancial, mientras Fernando Gómez Mont convoca a erradicar un sistema de privilegios que no atiende al beneficio social. El asunto está en definir el cómo.

En Oaxaca, Andrés Manuel López Obrador concluye su recorrido por municipios gobernados por usos y costumbres: siguen vigentes las demandas de justicia y democracia que dieron origen a la Revolución, dijo. Y llama a elegir a un hombre de buen corazón; a Gabino Cué, colaborador que fuera de Diódoro Carrasco, hoy senador panista, ayer gobernador priísta y secretario de Gobernación de Ernesto Zedillo. Diódoro Carrasco fue peor que Heladio Ramírez, quien lo hizo más o menos bien, dice López Obrador. Sacar al PRI de Oaxaca aliados con el PAN, el partido del gobierno espurio, al que López Obrador denuncia por traición a la patria. Quien diga que entiende lo que está pasando, está mal informado, decían en tiempos de Echeverría.

En Los Pinos, Roger Bartra afirma que llegó la hora de sepultar a la Revolución y enterrar al nacionalismo revolucionario para avanzar hacia una nueva era democrática que permita salir del subdesarrollo. Es mejor rico y sano que pobre y enfermo, dirían los campiranos que siguen en espera del alivio del sacrosanto mercado y el flujo de capitales privados que vendrían con las reformas salinistas al artículo 27 constitucional. La clase política sigue aferrada a la cultura que viene del régimen autoritario... que necesitamos enterrar, dice Roger Bartra. Ah, con razón coincide Carlos Navarrete con Gustavo Madero y seguramente por eso piden Jesús Ortega y Felipe González que el presidente Calderón vete el presupuesto de egresos aprobado por la Cámara de Diputados: las ranas pidiendo rey.

No dieron siquiera un repaso superficial al destino del dinero público y el incontestable fortalecimiento del federalismo, que para los de la confusión teocrática es, ni más ni menos, que el poderío de nuevos señores feudales. Enrique Peña Nieto y sus 40 diputados se quedaron con la quinta y los mangos, recitan a coro. La CNC tiene 80; y su líder, Cruz López, supo contarlos y contar con ellos para allegarle recursos al campo. De eso se trata. La mayoría manda, con el debido respeto a las minorías, según la cultura democrática que reclaman sociólogos, financieros y curas.

Un aparte, para no soslayar la ignara atención de Carstens y Cordero, los súbditos de la teocracia que viene, capaces de asegurar que Joseph Stiglitz y otros ganadores del Premio Nobel nada saben de economía y deberían leer los programas anticíclicos de su inmarcesible jefe y señor.

Un grupo de 300 notables contemporáneos publica un manifiesto en el que se declaran representantes ciudadanos para la tarea de darnos nueva Constitución: ¿Quién los eligió? En el otro extremo, Martín Esparza, líder del SME, lanza proclama para instalar Congreso Constituyente. Porfirio Muñoz Ledo declara llegado el momento de que el Congreso destituya del cargo a Felipe Calderón.

Y hoy habrá asamblea en el Zócalo de la capital de la República; tres años de la presidencia legítima: se necesita un cambio, porque esto ya se pudrió, anuncia López Obrador.

El poder de la sinrazón enloquece a propios y extraños.